Es uno de los grandes y el más moderno de su generación. Algunos de sus zapatos son ya historia de la moda. Su estilo arquitectónico y colorista se ha aquilatado tanto en la casa Hermès como en su propia firma
Es inteligente, culto, amable, rápido y audaz. Pierre Hardy (París, 1956) forjó su cultura artística y su relación con el cuerpo entre la práctica asidua de la danza y su gusto por el dibujo. Tras formarse como escenógrafo y, después, en la Escuela de artes aplicadas Duperré, la danza y el movimiento le condujeron a los zapatos. Su carrera despegó en 1988 como creador de calzado de Christian Dior, donde rápidamente desarrolló un lenguaje contemporáneo con formas puras y geométricas, lejos de un estilo decorativo y nostálgico.
Desde 1990 es diseñador de zapatos de mujer y hombre de la veterana casa Hermès, así como de la línea de joyas desde 2001, año en que comenzó también el desarrollo de la línea de calzado para la marca Balenciaga. Su propia marca de zapatos, Pierre Hardy, se creó en 1999 con un lenguaje más pop, irónico y juguetón.
Es Caballero de la Legión de Honor y de la Orden de las Artes y las Letras. Viajamos a París para entrevistarle durante la presentación de su colección de primavera-verano 2017 para Hermès.
Siempre ha sido un hombre muy discreto, ha buscado pasar desapercibido. ¿Le molesta la fama?
Es un tema complejo, pero no, la fama no me molesta, aunque uno nunca sabe exactamente por qué es famoso. Y ahí está la dificultad, en saber si las razones por las que se es famoso son las adecuadas. Y, por otra parte, también hay que acostumbrarse a ello. Pero yo no buscaba la fama ni cuando era joven, y no estoy acostumbrado, de lo cual me alegro.
Siendo el responsable de la creación de todas las líneas de zapatos de Hermès desde 1990, no ha sentido la necesidad de estar en primera plana, aunque era la época de los diseñadores estrella…
Sí, pero eso es algo muy ligado a la identidad de Hermès, que suele hacer menos comunicación, y siempre de otra manera. Aquí la atención se centra en la imagen global de la casa. Esto encaja con mi personalidad, y como he desarrollado toda mi carrera profesional aquí, no he sentido otra necesidad. Esto le permite a uno centrarse más en lo que hace y menos en lo que enseña. A mí, lo que realmente me interesa, me divierte, me gusta y me llega incluso a excitar es producir y crear.
¿Qué hace que esta casa sea diferente a las demás, aparte de la calidad de sus productos?
La gestión de los tempos es muy distinta. Los objetos que intentamos crear no son gadgets, nuestro objetivo no es lograr lo más fashion: es casi lo opuesto. Si un objeto no se convierte inmediatamente en un objeto de culto, no pasa nada; tal vez lo haga en una semana, dentro de diez años o tal vez nunca, eso no es lo importante. De hecho, los bolsos de Hermès que hoy son más icónicos no siempre lo han sido; o lo fueron, lo dejaron de ser y ahora lo son de nuevo. Con eso, nos basta y nos sobra… Esto resulta muy tranquilizador para un diseñador, pues a uno le da tiempo de establecer una estrategia creativa y un proceso de diseño que permiten expresar lo que lleva dentro, y no estar presionado para triunfar al instante. Esto representa un auténtico lujo en el mundo de la moda, que no deja de proponer bienes de consumo bastante efímeros, que necesitan renovarse sin cesar. Esa es una diferencia fundamental. También mencionaba usted la calidad; pienso que el secreto está en ‘la forma de hacer las cosas’, en el sentido más noble de la palabra, y en el trabajo que cada objeto lleva implícito, lo que les confiere una densidad y una profundidad que rara vez se encuentran en otros sitios, salvo honrosas excepciones.
Sus tacones altos tienen mucho carácter, ya sean rectos, anchos, finos. ¿Cuáles son sus favoritos?
No tengo predilección. Por un lado está el dictado de la moda, que a veces se decanta por los tacones finos, y otras por los anchos o incluso muy anchos; y por otro están las mujeres con sus físicos, sus personalidades, sus gustos y sus caprichos. A veces, estas dos realidades coinciden y van de la mano. Hay formas que la moda exige en determinados momentos y que está bien hacerlas, porque renuevan el vocabulario y son parte del juego, aparte de que son bonitas… Luego están las cosas que siempre gustan a ciertas mujeres, y que otras van a odiar toda su vida. Este hecho, como diseñador, me resulta muy interesante, porque me permite plantear cosas distintas a diferentes mujeres. Por suerte hoy, en una misma colección, pueden coexistir cosas totalmente opuestas. Y para mí es muy entretenido, me abre muchas posibilidades creativas.
¿Qué importancia le da usted a la comodidad de las mujeres? Me sorprende que algunos diseñadores confiesen que para ellos eso no es una prioridad.
La pregunta tiene mucha enjundia… Para mí, el calzado tiene que ser como una casa en la que se tiene que poder cerrar la puerta, que haya un tejado que la cubra, que esté caliente en invierno y fresca en verano; en definitiva, tiene que ser funcional. El valor básico de cualquier objeto es que cumpla con su cometido. En mi caso, mi trabajo empieza cuando todo eso ya se ha logrado. La comodidad es una plataforma, y cada mujer la entiende a su manera. Hay quien soporta una cierta incomodidad, porque puede caminar con los pies muy arqueados, o con zapatos muy puntiagudos, o con correas, y otras que no pueden aguantarlo. Eso no importa. Mi trabajo consiste en conseguir –con esas limitaciones– algo nuevo, excitante, sensual, más o menos femenino, o todo lo contrario… Mi labor empieza una vez que la estructura está construida.
Muchas mujeres no se atreven a renunciar a los tacones porque consideran que la sociedad se lo exige. Y están dispuestas a someterse a ello aunque en el fondo sea una aberración, como lo fue durante siglos el corsé…
Creo que es un signo cultural. Hacemos de todo para cuidar nuestro aspecto, aunque creo que en ese sentido la moda es de lo menos peligroso. La cirugía es mucho más violenta, tanto mujeres como hombres están dispuestos a someterse a operaciones –que son auténticas torturas–, con el único objetivo de cambiar su apariencia. Yo no hago ningún juicio de valor al respecto, aunque es cierto que mi trabajo consiste en ayudar a la gente en esa transformación. Los accesorios, como los zapatos, son instrumentos para transformar la apariencia de las personas, para que jueguen con su imagen, pero mientras solo se trate de un juego, no es nada grave. Formamos parte de una cultura que permite que un determinado aspecto ayude a relacionarnos con los demás de una manera u otra, a ser o no aceptados, a conseguir provocar o no, a transformarnos, a aceptar lo que cada uno es, o por el contrario, a cambiarse por completo. Pero yo no soy un filósofo, no tengo una opinión moral al respecto.
Al hacerse con una participación en su empresa, Hermès apuesta por la marca Pierre Hardy, que hasta ahora había sido independiente. ¿Qué significa para usted?
En primer lugar, es una señal de comprensión. Es una operación poco común, sobre todo si la otra parte es un competidor, aunque solo lo sea en un determinado sector, pero aún así es extraño. Pienso que las mujeres que compran mis zapatos también compran zapatos en Hermès, aunque no son siempre las mismas. Pero lo importante es cómo nos conocemos y trabajamos juntos desde hace 26 años; y por lo tanto, para mí es un gran cumplido. En cualquier caso, nunca busqué otros socios, por lo que ahora estoy muy contento.
Desde 2001, también diseña la línea de joyería de Hermès. Unas joyas maravillosas, siempre sorprendentes, como aquel collar que era una fusta de caballo.
Sí, fue toda una sorpresa cuando me lo ofrecieron, porque nunca me había planteado hacer nada parecido, así que fue un regalo. Y lo que más me gusta es que es otro oficio. Hay algunas cosas en común, pero no demasiadas, porque se trabaja con otros materiales, los artesanos son distintos, los talleres, los ritmos, incluso las expectativas difieren. El único punto en común entre la joyería y el calzado es la relación con el cuerpo. Aquí es donde yo, como diseñador, puedo intervenir y proponer, al ser cosas que entran en contacto con el cuerpo, aunque de manera muy diferente: las joyas, de forma mucho más íntima que los zapatos. Es una aventura fascinante. Las colecciones de alta joyería son cada dos años, pero la colecciones de joyas preciosas, cada seis meses.
También fue usted el creador de las deportivas de Hermès.
Sí. Las primeras, las Quick, son de la temporada 2000-2001 y eran totalmente de cuero. Se podría decir que fueron las primeras deportivas de lujo.
El lanzamiento de las zapatillas de deporte de la marca Pierre Hardy también fue magnífico. Hábleme de ellas.
La mía no es una marca deportiva, y Hermès tampoco, aunque alguien pueda tener esa idea. Pero el deporte forma parte de nuestras vidas. Ya no existen barreras entre el día y la noche, el deporte, la ciudad… Todo está entremezclado, lo cual es genial. Es nuestra forma de vida. Yo trato a las zapatillas como a cualquier otro calzado. Intento ponerle la misma fantasía, elegancia, feminidad si fuese necesario, humor y hasta el mismo dinamismo que al resto de mis zapatos. El calzado deportivo te permite forzar un poco más esa idea de velocidad, de juego. Siempre digo que las zapatillas de deporte son un calzado pop, y también un zapato anuncio, al que puedes hacerle arañazos, o colocarle todo tipo de eslóganes encima. Todo eso resulta un campo abierto para un diseñador.
¿Son cómodas?
Muchísimo, porque están diseñadas como auténticas zapatillas de deporte, más o menos con los mismos materiales, pero remezclados. Pero, a su manera, las zapatillas de deporte de hoy en día son tremendamente creativas.
Creativas pero bastante feas por regla general…
No, no todas. A veces me muero de envidia con algunos diseños.
Sus zapatos metálicos para la colección robótica de Nicolas Guesquière en Balenciaga son un hito en la historia de la moda contemporánea. ¿Me podría hablar de aquel momento?
Fue muy emocionante, porque era el inicio de un proyecto nuevo. Empezamos juntos cuando él llegó a Balenciaga, y entre nosotros existía una gran complicidad porque ya éramos muy amigos. Es uno de mis cinco o seis amigos más cercanos, tanto como para irnos juntos de vacaciones. Pensamos de manera parecida respecto a muchas cosas. Y en este tipo de colaboraciones lo natural es buscar la complicidad con quienes te entiendes. Por aquel entonces Nicolas era muy joven y tenía una energía alucinante. Tiró de todo el mundo y nos llevó a hacer cosas que… yo jamás hubiera llevado a cabo por mi cuenta. Era increíble. También teníamos muy pocas limitaciones comerciales, todo era literalmente muy experimental, en el sentido de que nos animaron a ir todo lo lejos que pudiéramos dentro de esa estética.
¿Hay alguna escena de película que tenga que ver con el calzado que le parezca especialmente sugerente?
No soy muy fetichista, pero quizá una de las que más recuerde sea Barbarella, ultrafemenina y superfuturista, cuando yo tenía unos 12 o 14 años. Aparte de esa, tal vez Brigitte Bardot quitándose los zapatos para bailar sobre la mesa… cosas de ese estilo.
Para terminar. ¿Si le nombro siete grandes diseñadores de zapatos, me los podría definir?
Adelante, probemos.
André Perugia. Me encanta. De todos los históricos, Perugia es mi favorito.
René Caovilla. Me gusta su sofisticación extrema, su preciosismo, esas piezas con muchos bordados. Muy bonito, pero me gusta más Perugia.
Salvatore Ferragamo. Ese periodo de la moda de finales de los 40 y 50 me gusta menos, lo aprecio poco. Pero sin duda, él hizo cosas que dejaron huella en la historia del calzado, claro está.
Roger Vivier. Me encanta, me gusta muchísimo. Creo que se trata de una elegancia muy francesa, muy mesurada. Además, adoro ese periodo, los años 60; es un estilo de elegancia femenina que adoro.
Andrea Pfister. Me gustaba mucho, pero sin saberlo. De hecho, yo era parte de todo aquello, puesto que estamos hablando de finales de los 70. Pero en ese momento, yo prefería las cosas más excesivas, más inglesas. En el fondo, no ha dejado mucha huella en mí.
Charles Jourdan. Un icono absoluto, pero curiosamente más por su imagen de marca y las fotos de Guy Bourdin que por su producto. Aunque mi madre prácticamente no se ponía otros zapatos que no fueran unos Jourdan. Yo la acompañaba a comprárselos, era todo un ritual. Estábamos a finales de los 70… ¡Y todo cuadraba perfectamente!
Patrick Cox. No es mi estilo.
Maud Frison. Claro que sí, otro de los grandes, pero me pasa un poco lo mismo que con Andrea Pfister. Me gusta más ahora, cuando echo la vista atrás, que en aquel momento.
FUENTE: MARIE CLAIRE Isabel Vaquero